sábado, 14 de abril de 2012

Aquellas cosas que pasaron

En todos los pueblos pasan cosas, anécdotas que trascienden la vida cotidiana de sus gentes.

Son historias que se cuentan generación tras generación. Historias que no se deberían perder ya que son parte del pasado.

 




Historia de Fermoselle

Para comenzar este apartado de historia de Fermoselle creo que es conveniente hacer referencia a la etimología del topónimo Fermoselle; éste ha sido objeto de elucubraciones desde hace mucho tiempo y no han faltado las hipótesis más sorprendentes, desde la que le atribuye origen fenicio hasta la que intuye su procedencia árabe. Lo más probable es que se trate de una forma derivada del latín "formosus" con un sufijo "-elle" ciertamente abundante en Galicia y en menor medida en el norte de Portugal. Para algunos investigadores se trata de un sufijo de origen suevo que indicaría "lugar". A falta de otras hipótesis mejores creo que ésta es la que tiene mas visos de ser real.
No hay un manual de referencia sobre la historia de nuestro pueblo si bien es posible encontrar fragmentos aislados en varios de los libros que hay publicados. Lamentablemente algunos de los libros que se han escrito están poco documentados y dan por sentados hechos que figuran dentro del campo de las leyendas. Después de haber leído todos los libros a los que he tenido acceso en los que se habla de este tema (y que incluyo en una bibliografía al final del artículo) intentaré dar una visión lo más aséptica posible de la historia de Fermoselle.

Prehistoria - época antigua

Se puede decir que no hay apenas vestigios de épocas prehistóricas en nuestro pueblo, si acaso se han encontrado algunas puntas de flecha (se citan en algunos libros aunque no tenemos constancia real de que existan) aunque no hay más datos para saber a que cultura podrían pertenecer.
Recientemente se publicó un libro sobre la historia de Sayago en el cual colaboraba el fallecido maestro Jose Luis Valdueza. Voy a basarme en los datos que he podido extraer de este libro que se refieren a Fermoselle y que se deben al difunto director del colegio de nuestro pueblo.
De época neolítica existen restos líticos en el Buraco del Diablo, así como en las Jarrinas. En estos dos emplazamientos además se han encontrado restos de cerámicas de difícil datación. En el Rincón de las cabañas abundan percutores y lascas; también al parecer hay molinos comunitarios. Este es un emplazamiento interesante porque ha tenido una ocupación bastante larga desde el neolítico hasta la edad media; quizás el propio nombre del lugar nos esté indicando algo (las cabañas a las que hace referencia el topónimo podrían ser restos de alguna ocupación antigua).
En fechas históricas, edad de los metales, se tiene constancia de la existencia de cerámicas negras que podrían corresponderse con la cultura castreña. En la zona de la Botija debió existir un asentamiento de esta época en el que se han localizado restos cerámicos. En teoría en el término municipal se citan por lo menos cuatro posibles emplazamientos de castros, aunque el número varía según los autores; si nos centramos en los castros "clásicos" que aparecen en todos los libros sobre esta materia, sus emplazamientos serían los siguientes: 1º en el castillo Romero, 2º en el castillo Montalbán, 3º en la Tabanera y 4º en la ubicación actual del pueblo, concretamente en el castillo. Algunos libros mencionan además otros como la Botija y las Orretanas. Hay que decir que de ninguno de estos posibles castros hay restos materiales, siendo sus localizaciones elucubraciones de los estudiosos del tema (la toponimia y la topografía han sido básicamente los puntos en los que se apoyan estas hipótesis). Desde mi punto de vista, ante la falta absoluta de restos arqueológicos que puedan verificar esta hipótesis, es muy aventurado asegurar que existieran dichos castros, lo cual no quiere decir que no existiera una ocupación humana del territorio ya en aquellas épocas.
Merece la pena centrarse en un asunto que ha provocado ciertas elucubraciones: la existencia de un “castillo moro” aguas abajo de Fermoselle. Hagamos un poco de historia: en 1927 se publicó el Catálogo monumental de la provincia de Zamora del historiador Manuel Gómez Moreno; en el se cita lo siguiente: “ un explorador portugués da noticia de cierta fortaleza primitiva llamada castillo moro, que debe estar por debajo de Fermoselle a orillas del Duero” y cita la publicación O archeologo portugues, lugar donde se da esta noticia. Basados en esta cita muchos investigadores posteriores han dado por supuesto que se hacía referencia a un castro ubicado en la orilla española del Duero y por tanto que éste debía estar aproximadamente en la zona del Teso del barco; como consecuencia de este supuesto incluso en las recientes normas urbanísticas de Fermoselle se da protección cultural a tal lugar, a pesar de que no hay restos materiales de que haya existido ningún castro allí. Lo paradójico es que en la orilla portuguesa, justo frente al Teso del barco, existe un castro bien documentado y que aun conserva restos de su muralla, en el lugar de Olleiros, en Bemposta y que parece mucho mas lógico identificarlo con el “castillo moro” mencionado en O archeologo portugues (aunque solo sea porque esta publicación hará referencia a restos arqueológicos del territorio portugués y no del español).
Para finalizar con esta época anterior a la dominación romana hay que apuntar otros dos datos: Jose Luis Valdueza menciona el descubrimiento de algunas fíbula y sortijas de cobre en Las dos aguas, aunque no da más datos ni pruebas materiales; en una memoria sobre las excavaciones realizadas en Fermoselle a raíz de las obras en la plaza mayor se dice que algunos habitantes del pueblo recuerdan la existencia de un “torito” de piedra de en torno a 1.5 metros de alto por 2 de largo cerca del pozo del convento; tampoco sabemos nada más de este verraco.
En época romana parece ser que existió un poblamiento en lo que es el actual emplazamiento de la villa, algunos autores dan por hecho que se trata de Ocila, para otros sería Ocellum Durii, aunque la triste realidad es que apenas hay rastros de cultura material de época romana en el pueblo. Se han encontrado algunas monedas (un sextercio de Augusto acuñado en Clunia) y cerámicas (terra sigillata hispanica) datadas de esas fechas pero poco más. La teoría de que existía una calzada romana entre Zamora y Fermoselle es cada vez más endeble al quedar demostrado que algunos de los puentes denominados "romanos" en dicha calzada, en realidad son de fechas mucho más recientes. Lógicamente no pretendo negar que existiera una villa romana en la actual ubicación del pueblo, solo trato de dejar claro que no hay datos ni restos materiales que lo puedan confirmar, siendo en todo caso especulaciones que intentan crear una base histórica muy dudosa. Probablemente la falta de restos se deba a que, de existir, se han ido reutilizando posteriormente en las viviendas; en este sentido, alguna de las casetas de viñas que hay por la zona de las Llagonas presentan una sillería sorprendentemente trabajada para tratarse de casetos, incluso en algún sillar aparecen marcas de cantero; es probable que se estén reutilizando materiales de otras épocas aunque es difícil saber de cuando.
Finalmente hay que mencionar que el profesor Gómez Moreno cita en su estudio arqueológico de la provincia de Zamora la existencia de estelas romanas en los muros de la ermita de Santa Cruz aunque en la actualidad no existen (desconocemos si se debe a un error de interpretación o a que la ermita perdió estas estelas en alguna de sus múltiples restauraciones). También menciona Gómez Moreno la existencia de una fuente de origen romano en el Seco que actualmente se encuentra encementada bajo una torreta de distribución eléctrica; por último hace relación a la existencia de un verraco que tampoco ha sido verificada. Respecto a este asunto habría que decir que posiblemente se hayan reutilizado muchos de los sillares de edificios de época antigua en las construcciones posteriores, aunque en el caso de la ermita de Santa Cruz nos sorprende que, habiéndose mantenido las inscripciones y cruces de las paredes (que deben datar del siglo XV o XVI), sin embargo hayan desaparecido esos supuestos restos de datación visigoda; ¿se equivocó Gómez Moreno? ¿confundió la ermita de Santa Cruz con la del Humilladero, actualmente desaparecida? Desgraciadamente no tenemos la respuesta, la ermita del Humilladero desapareció íntegramente por lo cual no tenemos ningún resto que poder datar, aunque es de suponer que su obra haya sido reutilizada en otras viviendas; parece ser que antes de la guerra civil su pared sur se utilizaba de frontón, por lo cual es lógico pensar que tenía que se de sillería bien escuadrada y, siendo así, es muy probable que esos mismos sillares se hayan utilizado en obras posteriores.


 
FERMOSELLE EN LA HISTORIA, LAS COMUNICACIONES A LO LARGO DE SU HISTORIA.  





La antiquísima población de nombre tan hermoso, Fermoselle, la otrora Ocila para algunos
historiadores, la villa mas populosa de Sayago,
cabeza señera e indiscutible a lo largo de los siglos, o la ahora capital zamorana de Los Arribes
no tuvo mejor suerte por el lugar de su ubicación,
pues por diversas razones se vio siempre marginada a segundos planos que le perjudicaron por
esa estratégica situación.
Encajado, atrapado, apresado, abrazado o
amurallado entre dos grandes ríos que le rodeaban, ceñían, oprimían y apretaban sin clemencia
no pudo soltarse de tales ligaduras por más que
lo intentó.
Esas dos corrientes fluviales, padre e hijo, que
lo cercan por el sur y por el oeste, constituyeron
barreras casi infranqueables para una salida airosa o cómoda; recordemos que el puente sobre
el Tormes es del tercer cuarto del siglo XIX y el
del Duero es el resultado de la construcción de
una presa hidroeléctrica que aprovecha su coronación para paso internacional y su construcción
data de los años 60 del pasado siglo.
La separación entre España y Portugal no es
de ahora, puesto que se remonta al año 1139 y a
la persona de Afonso Enríquez y la creación del
nuevo reino dio lugar a numerosos problemas
políticos, nos obligó a vivir de espaldas, surgieron lenguas diferentes y se crearon fronteras a
veces menos permeables que las físicas del accidentado terreno.
Y por el este, la zona más fácil de comunicación, tampoco encontró facilidades, ni accesos,
ni mentalidad reivindicativa, ni poblaciones importantes que reclamaran o ayudaran a solucionar el secular problema de aislamiento y de incorporación a una vida mejor.
Vivimos hoy, tal vez, momentos de reclamación de derechos, de igualdad entre todos, de
equiparación de situaciones y niveles. Es por ello
que conocemos al dedillo la situación que se vive en la villa y en la comarca de Sayago ante la
decisión que pueda tomarse acerca de la necesaria mejora de las comunicaciones con Portugal.
Por un lado nos consta saber el interés de toda la zona para conseguir un importante enlace
de comunicación desde Portugal a través de la
conexión de la vía de alta capacidad IC-5 que nace en Oporto, que debería tener enlaces con Fermoselle y Torregamones, Bemposta y Miranda,
al igual que lo hará con toda seguridad por Alcañices. Bonito gesto el de la Asociación de Empresarios, Profesionales y Autónomos de esta tierra que junto a los alcaldes sayagueses han redactado un manifiesto para hacerlo llegar a las
administraciones responsables de ambos países.
A partir de hoy vamos a ofrecer a nuestros lectores la historia de las comunicaciones de Fermoselle y de la mayoría de las localidades del
desaparecido partido para que conozcan mejor
desde cuándo datan, cómo se aprobaron sus proyectos y construyeron y en qué estado nos encontramos hoy.
Comenzamos analizando una publicación que
con toda seguridad será la más documentada y
amplia de cuantas vieron la luz referidas a la provincia, y de ella trascribiremos todo lo que encontremos, para añadir los comentarios precisos
o hacer las aclaraciones oportunas. Conozcamos
sus datos:
«Los caminos y la construcción del territorio
en Zamora. Catálogo de Puentes». Son sus autores Pilar Chías y Tomás Abad Balboa. Instituto de Estudios Zamoranos «Florián de Ocampo». Diputación Provincial. Ministerio de Fomento. FCC Construcción, S.A. Colabora: Caja
España. Diseño: Carlos-Andrés Femández Gutiérrez. Coordinación editorial: Concepción
Aguilera. Imprime: Gráficas Varona, S.A. Salamanca. Sus dimensiones son: 34 x 31 ctms. Tiene 585 páginas de texto, mapas, planos y fotografías y pesa, junto a los suplementos 7,500 kgs.
Y sin más dilaciones comenzamos.
Descripción geográfica de la provincia
«En la zona intermedia de la provincia, en dirección sensiblemente este-oeste, desciende el
terreno en torno a la depresión del Duero; al llegar al límite con Portugal, el curso del río adopta la dirección suroeste y constituye una frontera natural. A esta cuenca pertenecen prácticamente todos los cursos de agua de la provincia,
que se encauzan hacia los siguientes afluentes:
Por la derecha, el Valderaduey y el Esla, del que
son también tributarios el Cea, el Órbigo, el Eria,
El Tera y el Aliste. Y por la izquierda el Guare-
ña y, sirviendo de límite con la provincia de Salamanca, el Tormes.
Es también destacable la red de embalses que
jalonan la provincia, situados básicamente sobre
los ríos Tera, Esla, Tormes y Duero. Entre ellos
merece una mención especial el de Almendra, el
de Ricobayo y el de Cernadilla.
La provincia de Zamora se divide en las siguientes unidades geográficas:
«La Sanabria, los Carbajales, La Tierra del Vino, la Tierra del Pan y la comarca de Sayago, que
se halla rodeada por el Duero y por el Tormes,
sobre una meseta; tradicionalmente situada en
un ámbito marginal de la red viaria supramunicipal y nacional, ha sido hasta fechas recientes
una zona deprimida dedicada fundamentalmente a la agricultura y la ganadería lanar».
La primera conclusión de
lo expuesto es que el espacio
geográfico que estudiamos
se considera zona de frontera natural, linde entre dos naciones, raya divisoria de pueblos, límite de términos y
provincias, borde de cauces
y estribaciones, confín por la
dificultad de paso, obstáculo
de lugares inaccesibles.
Así que la frontera de
creación humana, política o
económica aquí tiene también connotación física, orográfica y de comunicación
con todo lo que ello conlleva.
Entre los embalses podemos citar: Los tres portugueses de Bemposta, Picote
y Miranda, en el río Duero,
que se corresponden con las
poblaciones españolas de Fermoselle, Pinilla y
Torregamones. El primero cuenta con paso fronterizo autorizado por la carretera que corona la
presa, aduana o alfandega, que alarga su origen
oficial a la edad media. Las tres centrales que
abastecen los embalses se dedican exclusivamente a la producción de energía hidroeléctrica.
La presa de Almendra (figura la Almendra),
la 2ª mayor de España, ocupa el cauce del río
Tormes y forma límite entre las provincias de
Zamora y Salamanca. Su gran presa de más de
5 kms de largo y 195 m. de altura corresponde a
los términos de Cibanal y Almendra (Salamanca) y está a escasos metros del término de Fermoselle, en el pago denominado Cuernomalo.
También ocupan tierras sayaguesas los embalses hidroeléctricos de Castro y Villalcampo.
Y lo curioso es que Fermoselle que toca más o
menos a tres embalses (Bemposta, Pinilla y Cibanal-Almendra) no percibe nada a cambio,
pues el primero es de titularidad portuguesa y en
los otros casos no se encuentran las centrales en
su término.
En cuanto a lo referido a las comarcas zamoranas y más concretamente a Sayago nos dice
que de siempre se ha considerado un espacio
marginal con referencia a la red de vías provinciales y nacionales, y que como consecuencia lo
convirtió en una zona deprimida y aislada.
La romanización y la ocupación  del
territorio
«Precisamente en las proximidades de Pereruela se sitúa un importante nudo de calzadas, ya
que en esta zona se bifurcaban la que comunicaba Zamora con Miranda do Douro, y la que se
dirigía a Fermoselle; además, un poco más al este discurría la que descendía de Zamora a Ledesma. Esta es la razón por la que esta zona es
tan rica en vestigios»
Nadie puede dudar de la situación privilegiada de Pereruela ya en la época romana y de esto
hace 2000 años, pues en su actual término o muy
cerquita discurrían tres importantes vías de comunicación.
1ª. La que desde Pereruela se dirigía a Fermoselle por Puente Quebrada, Puente de Sogo,
Fadón, Bermillo, Villar del Buey y Cibanal.
2ª. La que también desde Pereruela se bifurcaba a Miranda do Douro, pasando por el Puente de las Urrietas, Arcillo, Fadoncino, Fresnadillo..., para cruzar el Duero en barca y concluir el
territorio luso.
3ª. La vía que partiendo de Zamora se separaba de la de Fermoselle y Miranda antes de tomar direcciones diferentes y, llegaba a Ledesma,
la Bletisa romana.
La calzada del Duero
«Es una vía que sigue el curso del Duero, cuyo tramo entre Zamora y Simancas está descrito en el Itinerario de Antonino, así como la prolongación entre Alcañices y Braganza.
La trayectoria seguida dentro de la provincia
era: Ocila (Fermoselle). Ocila-Ocelodurum (Zamora). Ocelodurum-Albocela (cerca de Toro),
22 millas. Pasaba por Zamora en dirección este
por la margen derecha hacia Toro, hacia Simancas (Septimanca) y Roa, para continuar en dirección a Zaragoza, tal y como describe el Itinerario de Antonino. Fue reconocida en 1917 por
Blázquez y Sánchez Albornoz». Según lo expuesto Ocila era la primitiva población de Fermoselle aunque para el historiador Ceán Bermúdez bien pudiera haber sido esta población la
Ocellum Durii, Ocella u Ocila. Ahí queda dicho.
Y como se ve, la vía en cuestión iría de Fermoselle a Zamora, Toro y Simancas para continuar
por Roa de Burgos hacia Zaragoza
Pero, ¿no procedería en un origen de las orillas del Atlántico en las proximidades del actual
Porto?

Fermoselle en la historia
Manuel Rivera
Lozano 



Sayago, que se halla
rodeado por el Duero y
el Tormes, sobre una
meseta, está situado en
la red viaria
supramunicipal y
nacional, y ha sido hasta
fechas recientes una
zona deprimida


Continuamos con la información que nos
ofrece la publicación: «Los caminos y la construcción
del territorio en Zamora. Catálogo de
puentes». De Pilar Chías y Tomás Abad Balboa,
editado por el I.E.Z. «Florián de Ocampo,
FCC y Ministerio de Fomento.
La Baja Edad Media
«La conquista por Alfonso VI de la ciudad
de Coria (1079) y Toledo (1085) permitió la incorporación
definitiva de lo territorios del sur
del Duero... También Fermoselle —que era de
abadengo del obispo de Zamora desde 1205
por concesión real— poseyó fueros desde
1221».
A partir de ahora, en el discurrir de los años
1.000, las tierras de Sayago y su cabecera principal
Fermoselle se incorporan definitivamente
a los dominios cristianos. Estamos ya en momentos
de importantes conquistas de la mano
de su rey Alfonso VI, hermano de Sancho II,
que es capaz de conquistar Coria, en la actual
provincia de Cáceres, e incluso de apoderarse
de Toledo. Estos hechos permitieron asegurar
los territorios al sur del río Duero, como lo era
la villa, que pasó a ser de abadengo del obispo
de Zamora Don Martín.



La ruta de Zamora a Fermoselle

«Fermoselle, de origen muy antiguo e identificado
con la Ocila romana, figura en varios
diplomas otorgados a favor de los obispos zamoranos
desde Alfonso IX en 1205 hasta Sancho
IV en 1294. Fue propiedad del obispo de
Zamora por concesiones reales en el siglo XIII.
Se conserva la ermita del Santo Cristo del
Pino, cuya fábrica más antigua probablemente
data del siglo X con consolidaciones del XVI.
Aforada por Alfonso IX en 1221, fue villa capital.
Entre los puentes de la vía se conservan restos
de cimentaciones sobre el arroyo de Bárate,
así como un puente sobre la ribera de Sogo
Ancho. También existen numerosos testimonios
de la existencia de la llamada Puente Quebrada
en el término actual de Pereruela».
Con toda seguridad que Fermoselle conserva
de la época medieval la eita del Santo Cristo
del Pino, conocida popularmente como de la
Santa Cruz, por celebrarse en ella la festividad
de la cruz coincidiendo con la pascua florida.
Son varios los autores que adelantan su origen
en dos o tres centurias al comienzo del estilo
románico allá por el siglo XII, aunque sus muros
fueron consolidados ya en época moderna
y otras posteriores hasta el estado actual en que
se encuentra.
Don Manuel Gómez Moreno, en su «Catálogo
Monumental de la provincia de Zamora»,
de 1927, nos dice que conserva en su muro del
sur una ventana pequeñita con dos arcos de herradura,
vaciados en una sola pieza y cuyo mainel
falta. Su obra antigua quizá date del siglo
X, mas pudiera ser goda.
El visitante puede observar que en el dintel
de la puerta de la ermita se conserva una inscripción
gótica del siglo XV que dice «Por la
señal de la Santa Cruz líbranos de nuestros enemigos
» y a sus lados aparecen talladas las armas
de Castilla y León y de Portugal.

Edad Moderna. Año 1752
Del siglo XVIII aparece fotocopiado en colores
rosa, verde y oscuro el plano y perfiles de
la villa y castillo de Fermoselle, al poniente de
Zamora. Está firmado por Don Antonio de Gaver
en 1752. Es propiedad del Centro Geográfico
del Ejército.
En la parte izquierda y en la inferior de dicho
plano se incluyen datos y explicaciones sobre
la villa que no son legibles. Solamente distinguimos:
Regato de la Cárcaba y Arroyo de
San Pedro.
Sí se observa bien al occidente la fortaleza y
sus dependencias, así como el casco antiguo
perfectamente amurallado, con sus tres puertas
llamadas del Villar, de Zamora o El Arco y La
Cárcaba, Portilla o de la Plaza Vieja. Extramuros
también se ven diversas edificaciones en
Santa Colomba, Terradillo y San Juan, incluyéndose
el nuevo Convento de Franciscos Descalzos
con su huerta, que había sido fundado en
1735. Igualmente vemos el camino que se dirige
a Múrcena o pase fronterizo con Portugal, el
que iba hacia el Tormes camino de los pueblos
salmantinos y el principal camino de Zamora.
También encontramos los perfiles de la villa
y sus tres cotas más elevadas: Castillo, Torrejón
y Santa Colomba.

Año 1773
Mapa de la provincia de Zamora con los
Partidos del Pan, del Vino, de Sayago, de Carvajales,
de Alcañizas, de Mombuey y el de Tábara.
Tomás López, 1773. Centro Geográfico
del Ejército.
La carretera señalada parte de Zamora y cruza
Pereruela, Mezquetilla, Sogo, Fadón, Fresnadillo,
Torrefrades, Bermillo, Pasariegos, Corporales,
Villar del Buey, Pelazas y Cibanal, para
llegar a Fermoselle, de donde parte un
camino a la frontera portuguesa de Bemposta,
un segundo y un tercero hacia el Tormes, en
distintos tramos para pasar a la provincia de Salamanca
por sus correspondientes barcas.

Año 1782
Mapa de la antigua provincia de Zamora.
Por Don Juan Moreno, Secretario de Gobierno
de la Intendencia del Ejército de Castilla la Vieja
y Oficial de la Contaduría Principal. Año
1782. M. de Educación, Cultura y Deporte. Archivo
Histórico Nacional.
Se trata de un mapa de la provincia de Zamora
que tiene remarcado su contorno, que por
supuesto no coincide con el actual. Aquella
provincia comprendía Sayago, las tierras de Alcañizas
o Aliste, las de Tábara y Carbajales, así
como gran parte de la Tierra del Pan y del Vino.
Sanabria y Benavente formaban parte de
la Provincia de Valladolid, y parte de la Tierra
del Vino y del Pan formaban parte de la Provincia
de Toro, que se mantuvo hasta 1833.
Referido a todo el partido de Sayago salía
solamente una carretera de la capital zamorana
y se bifurcaba, una de ellas seguía por Pereruela,
Fadón, Bermillo, Villar del Buey, Cibanal
y Fermoselle y se ve que llegaba hasta
la frontera. La otra seguía por Sobradillo de
Palomares, Mogátar y Maniles, Fresno, Almeida
y Carbellino, y desde ésta población salía
un ramal por Roelos, Salce y Argusino a
enlazar en Cibanal a Fermoselle. No aparecen
más carreteras.

Año 1789
Mapa de la comprensión de la Administración
Principal de Medina del Campo. Ita y Xareño,
1789-1790. Bibliotheque Nationale, París.
Se refiere al reparto de correspondencia
postal que se hacía desde Medina, Siete Iglesias,
Castronuño, Toro y Zamora y desde aquí
se enviaba a Fermoselle. Representa parte de
las provincias de Segovia, Ávila, Valladolid,
Toro y Zamora.
Figuran las siguientes localidades sayaguesas:
Villadepera, Moralina, Moral, Peñausende,
Mayalde, Asmesnal, La Moraleja, Carbellino,
Fomillos y Fermoselle.
«Las ciudades en los siglos XVI y XVII se
convierten en centros de acumulación y distribución
de la riqueza generada en el campo,
pero a partir de la sublevación portuguesa las
murallas volvieron a adoptar su misión defensiva,
por lo que se acondicionan o reconstruyen
las de Zamora, Fermoselle, Alcañices y
Carbajales de Alba. Así mismo se construyen
plazas mayores, ayuntamientos, cárceles, torres
de reloj, carnicerías, panaderías, pósitos
etc.»
A partir de 1640 Portugal inicia la sublevación
hasta conseguir su independencia de España
y hasta casi finales del XVII las diferentes
zonas de Sayago y de Zamora sufrieron
continuos ataques o asaltos de los portugueses
que causaron inseguridad y pobreza en toda la
raya fronteriza. Y con el ánimo de garantizar
la seguridad de las gentes se llevaron a cabo
importantes obras de fortificación en las murallas,
puertas y castillos, entre los que se incluyó
la fortaleza de Fermoselle, que ya contaba
desde siglos anteriores con Gobernador
Militar de la plaza y su castillo.
Igualmente la villa se incorporó a los adelantos
de la época y contó con cárcel de hombres
y mujeres, el reloj que se instaló en la torre
de la iglesia parroquial, el abasto a la población
con carnecerías adjudicadas por
mediación de subasta pública, panaderías, pósito
o alhóndiga y hasta alfolí de la sal.

Los caminos y el territorio
«Lamentable en extremo, según Santos
Madrazo, era el estado de los caminos en la
provincia de Zamora o, más bien, la falta absoluta
de ellos».
«Guerola nos dice: Cuando yo llegué era la
única capital de provincia que no tenía al menos
una sola carretera de comunicación con el
interior por donde fueran carruajes acelerados
para pasajeros y galeras o carruajes lentos para
el transporte de granos».
En pleno siglo XVIII las únicas vías importantes
eran las que se dirigían a Salamanca,
a Valladolid y a Vigo, el resto eran caminos
vecinales, incluso los más transitados de Zamora
a Benavente, de Toro a Castrogonzalo,
de Toro a Fuentesaúco, de Zamora a Bermillo
y Fermoselle y de Zamora a Alcañices».
Resumimos: La situación de las comunicaciones
a lo largo del siglo XVIII eran francamente
lamentables y su carencia casi total. Zamora
era la única capital que no contaba con
una sola carretera habilitada para carruajes veloces
de pasajeros o lentos para el transporte.
Salvo las vías que se dirigían a Salamanca, Valladolid
y Vigo, las restantes eran simple y llanamente
caminos vecinales y entre ellos se incluía
la que unía Zamora con Bermillo y Fermoselle,
principal arteria sayaguesa.
Fermoselle en la historia
Manuel Rivera
Lozano

                        
 

           RELATOS  DE FERMOSELLE



LA CRUZ DE SAN LORENZO

A las afueras del pueblo, una cruz forjada en hierro e incrustada en un pedestal rememora la historia que sucedió antaño.

Todo comenzó como consecuencia de los amores entre dos jóvenes de pueblos vecinos, pero también rivales. Rivales en todo, los unos se consideraban mejores que los otros e intentaban destacar para no quedar por debajo del pueblo vecino. Entre ellos se llamaban despectivamente “jariegos”, que significaba algo así como poco trabajador. Las jaras son unos arbustos que se crían en el monte, por lo tanto si hay jaras es que el campo no esta trabajado y por lo tanto los habitantes del pueblo serían unos vagos.

Estos dos pueblos están separados por un río y pertenecen a provincias diferentes, sus nombres son bien conocidos por aquellos que habitan en la zona. Fermoselle, que fue donde transcurre la historia y Villarino de donde fue el fatal protagonista.

Un joven médico de Villarino visitaba con mucha frecuencia el pueblo de Fermoselle para ver a la mujer con la que pretendía contraer matrimonio. Este personaje era un tanto chulesco a la vez que arrogante y si a esto le juntamos ciertos aires de grandeza que el tío se daba…, solamente hacía falta prender la mecha para que la bomba explotara.
Es cierto que la fermosellana tenía intenciones serias con el médico y que en corto plazo de tiempo se casarían, yéndose a vivir a Villarino. El desprecio que tenían que aguantar aquellos mozos fermosellanos no iba a quedar en balde, el medico tendría que pagar la “cuartilla”, que era la forma de dar el consentimiento para que alguien de fuera pudiera casarse con alguna de las mujeres del pueblo. Esto consistía en que el tal susodicho invitara a una merienda o simplemente unas rondas en cualquier cantina a la juventud.
Como era de prever, el médico no pasaba por hay, negándose rotundamente a tal hecho.
Unos cuantos hombres, decidieron darle un escarmiento al de Villarino. Lo esperarían fuera del pueblo, cuando marchara de regreso a su pueblo. Viajaba en un caballo negro, era un animal veloz y fuerte que siempre llevaba como paso un trote ligero. Tenía la costumbre de esperar hasta muy tarde, casi ya anochecido para marchar. Esto facilitaría las cosas para tenderle la emboscada. Ataron una soga a dos olivos situados a ambos lados del camino, a una altura suficiente para que el caballo no topara con ella, pero que en cambio el médico fuera derribado al chocar con la soga. Una vez colocada solo quedaba esperar su llegada.
Ya se oía a lo lejos el sonido de los cascos del caballo, debía de tener prisa pues el caballo avanzaba con mucha rapidez, “mucho mejor, la caída sería más dolorosa” solo quedaba esconderse y esperar. 
El plan funciono a la perfección, el impacto del médico con la soga provocó que este cayera al suelo de manera brusca. Mientras, el caballo corría sin control, asustado por lo ocurrido y sin jinete atravesaba por entre las fincas desbocado.
Lo que sucedió en este momento fue lo más trágico que pudo pasar. El médico al caer de su caballo quedó inmóvil en el suelo, aquellos que le tendieron la trampa, curiosos de saber lo que había pasado se acercaron a él, y a partir de aquí no se sabe como ocurrió, pero lo que solo pretendía ser un escarmiento se convirtió en un asesinato.
A la mañana siguiente el médico apareció muerto en aquel lugar, la causa de su muerte no fue la caída, si no las heridas que tenía en el cuerpo producidas por  un cuchillo.
Nada se supo de quien o quienes habían realizado este crimen, por lo tanto el crimen quedó impune. Al médico se lo llevaron a enterrar a Villarino y al no pagar nadie por aquel acto, en el mismo sitio donde ocurrió dejaron una cruz incrustada en un pedestal con una leyenda que decía: “aquí fue asesinado a traición el médico de Villarino”

La historia cuenta  que tantas muescas tiene la cruz, tantas puñaladas recibió el médico. Unas son mas pronunciadas y largas, otras mas cortas, entre todas se pueden contar más de sesenta. La cruz aun sigue hoy en día en su sitio, como testigo de lo sucedido recuerda a quien por allí pasa aquella atrocidad, esperando que nada parecido vuelva a ocurrir.

TE VOY A CONTAR UNA HISTORIA


No dejan de caer tupidas cortinas de agua desde un cielo plomizo, las ráfagas de viento hacen que esa lluvia mansa desprendida de las nubes se convierta en gotas furiosas, ávidas de llegar hasta su objetivo. Golpean con fuerza los cristales de la ventana, algunas veces parecen quererlo traspasar, pero no, simplemente escurren por la superficie del cristal.
-¡Diego! ¿Dónde andas?
-Estoy aquí.
El ruido de la madera al pisarla delataba la presencia de alguien que se acercaba, eran unos pasos lentos, monótonos, acaso sospechosos de un acto de espionaje.
Se asomó a la ventana, los dos juntos viendo llover, como si no tuviéramos otra cosa mejor que hacer, mudos los dos, solamente escuchando el ruido del agua que caía de las canales del tejado, viendo como corría el agua por la calle y como el viento hacía batir las ramas del viejo olivo situado en el cortino, al otro lado de la calle.
La mano de mi padre se apoyó sobre mi espalda, alcé la vista y pude ver aquella sonrisa sincera con la que me obsequiaba tantas y tantas veces.
-Venga, que nos están esperando para merendar.
-Papa, ¿si no llueve, mañana el abuelo me dejara montar en el tractor?
-Pues claro, pero, ¿Por qué no se lo preguntas a él? –me guiñó un ojo, lo que significaba que lo tendría de mi parte para convencer al abuelo.
La cocina del abuelo era una estancia grande, en ella es donde se desarrollaba toda la actividad de la casa, disponía de una gran chimenea, en la cual, durante todo el invierno la lumbre estaba encendida, al rescoldo de esta, la abuela ponía el puchero para hacer la comida. Además disponía de una pila en la que se lavaban los platos y cuando era menester, la ropa. Por supuesto disponía de fogones a gas y de un orno de carbón. Los platos, fuentes y demás utensilios de cocina estaban colocados en un gran mueble de madera y en un extremo de este, como si estuviera fuera de sitio, la televisión. Ni que decir tiene que se utilizaba como comedor y a menudo, cuando la gente era de confianza de sala de estar.
Cuando entramos en la cocina, estaban ya todos sentados alrededor de la mesa, mi madre, el abuelo y la abuela. La mesa se encontraba en el centro de la estancia, tenía forma rectangular, sobre ella estaban dispuestos los tazones, una bandeja con churros y un puchero que contenía el chocolate caliente, el cual emanaba un aroma que impregnaba toda la cocina.

-Diego, ven, siéntate aquí, a mi lado –el abuelo me señalaba la silla situada junto a él.
Rápidamente ocupé el asiento, a decir verdad, siempre que tenía ocasión me sentaba a su lado, él siempre me explicaba cosas muy interesantes. Pero cuando insistía, solo significaba una cosa, “te voy a contar una historia”
-Abuelo. ¿Mañana me dejaras ir con tigo en el tractor? –le dije antes de que empezara a hablar.
-Claro que si, mañana si no llueve, traeremos leña para casa. –me dedicó esa mirada tierna y sosegada que tanto me gustaba recibir, mientras, con la mano me descolocaba el pelo-. Ahora presta atención, te voy a contar una historia que ocurrió en el pueblo a principios del siglo pasado. No te creas que me la voy a inventar, esta misma historia me la contó mi padre, siendo él testigo de ella.

-Eran años difíciles y mucha gente tuvo que salir fuera de España para poder sobrevivir, la gran mayoría cruzaron el océano para poder llegar al continente Americano. Unos tuvieron suerte e hicieron grandes fortunas, pero otros vivieron en condiciones tan lamentables como las de su lugar de origen.
Todos escuchábamos con atención al abuelo mientras comíamos los churros recubiertos del espeso chocolate que teníamos en los tazones. Tal era la atención que poníamos, que en los silencios que el abuelo hacía se podía oír los chasquidos de la lumbre en la chimenea.
-El personaje de esta historia lo llamaban El Doroteo. Llego a Argentina con grandes expectativas, pero pronto las trampas y engaños con los que hacía los negocios le pasaron factura. No le quedó más remedio que salir del país por la puerta de atrás, es decir escondiéndose de la policía para poder cruzar la frontera.
No tuvo mejor idea que volver otra vez a su pueblo y así fue como apareció otra vez aquí. El caso fue que llegó con aires de grandeza, contando hazañas falsas y dando a creer a todo el mundo lo bien que le había ido en el extranjero.
Era un hombre de gran porte, chulo y altanero. Pronto se ganó la amistad de la gente que tenía negocios en el pueblo, también de los que lo gobernaban. Hay fue donde se desencadeno la tragedia que más tarde ocurriría.

-Diego, aprende bien la lección de esto que estoy narrando –el abuelo a veces se ponía serio, y esta era una de ellas-. En la vida hay que ser humilde, trabajador y honrado. Nunca se te olvide esto que te digo.

Asentí con la cabeza mientras lo miraba fijamente, deseoso de que continuara.

-Bueno, a ver, por donde iba. A si. El alcalde le dio al Doroteo la función de que hiciera guardar el orden en el pueblo, también algunos le hacían encargos para que se dedicara a cobras deudas o dar un toque de atención a alguien por motivos diversos. Los primeros meses todo transcurría con aparente normalidad, él hacía respetar su autoridad sin sobre excederse. Esa autoridad pronto se convirtió en dictadura, la gente no tardo en tenerle miedo, más que miedo pánico. Hacía lo que se le antojaba sin que nadie pudiera pararle los pies, ni siquiera el mismo alcalde, el cual miraba para otro lado ante las fechorías que hacía.
Los festejos los interrumpía cuando a él le venía en gana, mandaba a la gente para casa e incluso registraba e incautaba lo que a él le parecía. En los bares, decidía quien podía beber y quien no, llegó a poner un impuesto para aquellos que entraban al salón de baile y a las tabernas. A tal punto llego la cosa que aquellos que salían de su casa los volvía a hacer meter en ella. Si le hacías frente en seguida te enseñaba la navaja de dos cuartas que llevaba siempre con él.
Llegaron las fiestas del corpus y la gente salió a celebrarlo, el Doroteo andaba entre la multitud, altanero como siempre mirando a quien poder intimidar. Le gustaba fanfarronear con los mejores mozos, avergonzándolos y humillándolos. De esta manera cada vez se crecía más y más. Se dirigió a uno y le dijo que había bebido mucho y que se tenía que ir para casa, pero no contento con esto, mando a otro y otro más y para más provocación decidió que la fiesta debía terminar y marchar todos a casa. Los allí presentes hicieron acopio de bravura, se enfrentaron al Doroteo negándose a abandonar la fiesta. Este saco la navaja, la abrió enseñándola a la multitud. Este acto no causó el efecto deseado y la gente en vez de huir se le hecho encima. Al verse en peligro tiro la navaja y sacó una pistola, era demasiado tarde para entretenerse con amenazas, toda la chulería se le desplomo en un instante y con la pistola en mano echó a correr. El pueblo entero fue de tras de él. Al no tener escapatoria, decidió entrar en una casa que encontró abierta y en ella se encerró.
La gente aporreaba la puerta con la intención de entrar en su interior y darle un escarmiento al Doroteo. Este bien atrincherado dentro, pareció volver a coger fuerzas e increpaba desde el interior a la muchedumbre con amenazas.
Como era imposible acceder a la casa desde fuera, unos cuantos jóvenes decidieron hacerlo salir por las buenas o por las malas. Se subieron al tejado y le prendieron fuego, creyendo que de esta manera no le quedaría más remedio que salir.
En poco tiempo la casa empezó a arder toda ella, desde el interior se oían los gritos de aquel hombre alocado que prefirió morir quemado antes de caer en manos de aquellos a los que había ultrajado.

Durante toda la narración no había ni pestañeado, fijándome en cada gesto del abuelo, ahora era él quien me miro con atención.

-Y así acabó esta historia. El pueblo entero mato al Doroteo, la justicia no actuó ante este caso ya que el pueblo entero era culpable de la muerte y como sentencia el juez dicto “el Doroteo tuvo el castigo que se merecía, siendo él el único culpable, a sido ajusticiado”.
-Abuelo, te prometo que yo nunca seré como ese hombre.
-Ya lo se, Diego, ya lo se. Tu serás un gran hombre, ya lo veras.








LA APUESTA

Desde pequeño he oído contar esta historia en mi casa y me la he imaginado como algo gracioso. No se si en realidad ocurrió o es una de tantas cosas que se cuentan en los pueblos pero que en verdad nunca ocurrieron.
Contaré la esencia de la historia tal como me la contaron, introduciendo datos que son de mi inventiva, con los cuales puedo desarrollar este relato que empieza así.

Han pasado ya muchos, pero que muchos inviernos desde que esto ocurrió. Estamos en un pueblo de la comarca Zamorana de Sayago, en tierras donde dos ríos unen sus aguas.
 Corren los días de un mes de enero extremadamente frío. Tras un día de duro trabajo en el campo, la gente se recoge en casa nada más que anochece, enciende el fuego en el hogar de la chimenea y allí se están hasta la hora de acostarse.
Algunos hombres, sobre todo aquellos que son jóvenes se marchan al bar a tomar un vino después de cenar, se reúnen con los amigos  y comentan los chismes del pueblo.

En una mesa del local están sentados cinco amigos, llevan ya un buen rato bebiendo y el alcohol empieza a hacer efecto en ellos.
Manuel dice que se va, que por hoy ya es suficiente. Todos asienten menos  Paco que esta el hombre que no se tiene. Se enfada con ellos y los tacha de niñatos.
-Tú también deberías irte para casa antes de que no sepas llegar a ella –dice Manuel.
-Encuentro la puerta de mi casa con los ojos cerrados, y si fuera necesario hasta la del cementerio –responde Paco.
Todos se echan a reír ante la salida de Paco y Pablo, otro de los amigos que se encuentran sentados en la mesa reta a Paco a ir al cementerio.
-Cuanto nos apostamos –dice Paco.
Siguen la broma y realizan una apuesta que consiste en ir al cementerio, que Paco entre dentro y clave un clavo en el interior de la puerta del campo santo.
Salen del bar y transitan las calles del pueblo, van cubiertos con capas negras que le llegan hasta los tobillos y con las que se cubren para protegerse del frío de la noche.
El cementerio no esta muy lejos del pueblo y no tardan en llegar, se paran frente a la puerta, le dan a Paco el martillo y un clavo y le dicen “ahora no te eches para atrás”.
Paco coge la herramienta y sin dudarlo ni un instante abre la puerta diciendo…
-Os vais a enterar de quien es el Paco.
Nada más entrar, los que se han quedado fuera cogen un tablón y lo ponen cruzado entre la manilla y la puerta haciendo fuerza con la pared. De esta manera no puede abrirse la puerta, quedando Paco encerrado dentro. Desde el exterior se oyen los golpes que Paco le da al clavo para que este quede introducido en la madera.
Todos esperan con ansia el momento en que quiera abrir la puerta y así reírse de la broma que le han gastado.

Tras los golpes del martillo se queda por un instante todo en silencio para después oírse los gritos de Paco, unos gritos angustiosos que pedían ayuda con desesperación.
-Favor, ayuda. No me hagáis nada, soltarme.
Sus cuatro amigos en el exterior no paraban de reírse del desventurado Paco que había caído como un inocente en la broma que le habían gastado. Pronto cesaron las risas al oír cada vez con más desesperación las súplicas de Paco, las caras se volvieron serias y en ellas se reflejaba el miedo. No se atrevieron a quitar el tablón que impedía que la puerta pudiera abrirse, en cambio retrocedían con pasos cortos para después darse media vuelta y echar a correr en dirección al pueblo. A sus espaldas se seguían oyendo los gritos de Paco.
-Soltarme, no me hagáis nada. Por Dios os lo suplico no me agarréis, soltarme por Dios, soltarme.
Paco quedo toda la noche en el interior del cementerio, junto a la puerta. Mientras, sus amigos se metieron en sus respectivas casas sin comentar nada a nadie, tal era el miedo que llevaban en el cuerpo que no dijeron ni una palabra en todo el recorrido.
De tanto suplicar, Paco quedo sin fuerzas, medio desfallecido y tan solo cuando la luz del día ganaba partido a la oscuridad y vio lo que ocurría se sobrepuso.
-Bien sabía yo que había quedado enganchado con el clavo a la puerta.

Y así fue, al clavar el clavo en la puerta, este quedo enganchado con la capa clavándola también. Al ver que no podía separarse de la puerta por que algo lo tenía amarrado allí, se desespero pensando que los espíritus del campo santo lo tenían agarrado por haber ido a invadir su descanso eterno.

 La vida en Fermoselle no siempre ha sido facil. Duros son los días y los trabajos de antaño, como duro es sobrevivir con muy poco.

 

Del libro:  ATALAYA  DE  ARRIBES.
Por Emilio de la Peña Gorjón.


-CANTO A FERMOSELLE


 ¡Que formidable escenario!  Villa de Fermoselle, bellísimo vértice de la provincia de Zamora, final de un camino sin retorno, senda al infinito, allí donde el Tormes su fin tiene, muriendo por regar de vida al Duero. A caballo de un roquedal, te configuraras, siglo a siglo, dentro y fuera de un castillo fortaleza y alrededor del eje de la torre de la iglesia de la Asunción, guardiana del sueño de sus muertos. Graníticas casas milenarias pegadas como lapas a tu cerro rocoso, aquí superpuestas unas a otras, allí excavadas en peña viva, desde Vista Alegre a la torre del homenaje de castillo, desde el pozo Mergúvez al franciscano monasterio del Convento de la Virgen de la Bandera, conforman hoy tu poblado. Angostas calles de empinadas cuestas en adoquín de granito sirven de techo a tus bodegas fabricadas a golpe de pico y cincel, asomando sus bocas en zarceras y puertas soterradas. En tus ocultas entrañas repletas de cubas, toneles y pipas suenan latidos dentro de cinchos de hierro, hierve tu sangre, la filtras y la truecas en caldos. El cinturón que te circunda, desde el Alto de Santa Colomba, por Los Chiscones a la ermita de San Albín, paseo de la Ronda, hasta las Eras, es vereda ideal para que el caminante disfrute en todo tiempo, a cada paso, de luz, belleza y paz. Pero si su espíritu ansía más aún, que en primavera sus piernas le lleven por el roquedal de la Senara al mirador de Campillino; resistan la visita a las fayas del Fraile y la Monja, de Guzaires o Tres de Bastos; le suban a la terraza del castillo; le cuelguen del Torrejón, o, por la charca de Santo Cristo, peregrinen a la ermita de Santa Cruz. ¡Que radiante esplendor! Fermoselle, fermos(a)elle, hermosa ella, escenario de maravillas, atalaya y de fronteras guardián, mirador gigantesco de agua, piedra y luces. Bajo un límpido cielo transparente, oteas una panorámica extensa de pueblos, provincias y naciones, en un sin fin de tonos azulados, rojizos, verdes, grises, entre las peñas y los ríos. Tu cintura es muralla  esculpida por titanes magnificando arribes de farallones graníticos, quizás sostenidos por encorvados atlantes que dejan ver sus jorobas por Peña Vela y Teso Cabezo, La Tabanera o El Picón. A tus pies, encajonadas, platas profundas, serpientes del Duero y Tormes; remansos, vados, pasiles de cantos rodados y arenales del Piélago, Cicutina, Cordero o Vendemoro, donde dormidos yacen restos de antiguas aceñas a la muela y de balnearios de aguas curativas. Plisan tus faldas, acercándose al caserío, gradas de bancales con cultivos de viña, olivo, higueras, granados y frutales de todo género, que cabalgan por la telaraña de caminos de cabra de las laderas. A la luz del sol templado de tu primavera, nacen brotes, revientan capullos, extienden sus corolas las flores silvestres y de los frutales, mil cálidos perfumes de incienso se elevan, trinan alegres gorjeos y surgen sonidos suaves, que embriagan sentidos y alma. Por pintor jamás soñada, regalas sin tasa en colmados parterres una singular y abigarrada paleta de infinitos y vívidos colores, de incontables tonos: blancos o rosas, del almendro y el peral; verdes, oscuro en el olivo, brillante en el laurel, mate en la zarzamora y encina, claro en la vid; morados de los lirios, violetas, lavandas, campanillas y brétulas; rojos de amapola y granado; amarillos de la escoba, madroño y cuerna; azules de los cielos, de los ríos. Adornas tus cerros con galas de ofertorio y ante tanto despilfarro, la emoción contenida te arranca una lágrima fugaz que cae de tu mejilla a los arroyos: baja lenta por falsos llanos prestando su cauce a pozos de los huertos para riego a cigüeñal, o impetuosa, por torrenteras de rápidas cascadas embellecidas con jimbros, fresnos, carrascos y cuernas, lentisco, laurel, retamas y mirto; luego, cansada de cumplir esperanzas,  reposa de vuelta a tus pies. Tu corazón vibra en sus casas, corona tu cabeza un viejo castillo y los ojos de faro de tu torreón señalan caminos y pueblos. Enfrente, al otro lado del Tormes, los salmantinos Trabanca y el jariego Villarino de los Aires, y a tiro de piedra, en la margen derecha del Duero,  Portugal con Urrós, Bemposta, Sendín, Picote. Muy lejos, a lo alto, en lo oscuro resplandecen luceros de ensueño. Ya se apagan y, recreándose, se transforman en sol vivificante, en un solo sol de todos y siempre, siempre, a tu lado un buen Dios complaciente.


 

                            EL Abuelo                      


-   Abuelo, cuéntame el cuento, de héroes, le pide sentado muy cerca, a su lado.
Porque su abuelo Santiago atesora historias, cuentos y chascarrillos que guarda en carpetas numeradas, llenas de sobres, dentro de un viejo arcón del desván. De pequeño, sobre sus rodillas, o ya mayor, en tajuela, escaño o lancha, esté él donde esté, a su vera, pasa las horas muertas y los días todos ensimismado esperando que desgrane alguno. A veces se hace de rogar pero, en cuanto comienza, ya nada le detiene y cuenta todo de un tirón. Sólo si lo exige la ocasión, se identifica de esta guisa: ”Soy Santiago Mancatoros. Vivo en la calle de El Teso. A quien pregunte por mí: habito, ¡frente al Malhecho!”. Viudo y ciego, años ha que anda a meses por la casa de tres de sus cinco hijos: Asunción, casada con Emilio, el sordo del Regatico, mi padrino de agua, Antonio, mi padre, y mi tío Ángel. Los otros dos, Consuelo, no la conocí, marchó a América, y Rosario, anda rodando por tierras andaluzas.
En cambio, pocos recuerdos conserva de la abuela Rosalía a no ser de una casa baja en El Teso, un mulo en una cuadra y mi abuela cuidando de mí cuando su madre allí le dejaba por algún quehacer mientras el padre quemaba borras o rectificaba, a pocos pasos, en la fábrica de aguardiente. Tiene muy grabado, hasta en la cara, el día que su padre le mandó a buscar el macho a Santa Colomba. Aunque la madre se oponía, presagiaba nada bueno, al chico le apetecía parecer ya un mozo de labor y la convenció al asegurarle que no lo montaría pues lo traería de ramal. Llegó alegre a la puerta donde el animal triscaba una barcada de ajunjeras colocadas en un asiento de piedra, con ramal prendido en una herradura clavada en la pared. Casi sin saludar a su abuela, como su estatura no llegaba al extremo de la cuerda de la cabezada, subió en la lancha para desatar la soga, pisó las ajunjeras, detuvo el desayuno y el macho le mandó un aviso desgajándole el labio inferior de un mordisco. Tanta sangre manaba que la abuela, asustada, no sabía que remedio poner. Le llevó a don José, el médico de la carretera, y la hazaña terminó con tres puntos, un esparadrapo y un “¡mira que es atrevido!” como regañina de su madre.
La abuela Rosalía murió en casa de su primo, el Dormido, el de la gran cencerrada al casarse con la criada (“aunque haya habido muy ruidosa fiesta, no es cara la arroba de carne fresca”, dijo el viudo), el que vivía en la carretera junto al garaje del cocho correo. Fue a cuidarle enfermo de un costado pulmonía y allí encontró su muerte ocho días antes que él. El día del entierro, Emilio tendría seis años, en brazos le llevó su madre al velatorio: la abuela, amortajada y en la caja, acercó su cara sonrojada a la suya pálida y de cera. ¡Bésala, bésala!. Todas las miradas se fijaban en él y no la besó. Dijeron que le daba miedo y no era verdad: sólo se moría de vergüenza. La difunta era tía de Ricardo, el nonato, al que tuvieron que sacar del vientre de su madre, ya muerta, para darle vida, el que comenzando los estudios para cura terminó siendo maestro de niños y poeta de cantos viejos, como aquel: ¡Quién tuviera un hilo de oro para rodear esta calle, para sacar una niña del dominio de sus padres!


                                                   El Marujo            

Un golpe seco en el portal le despierta al amanecer. Es el estallido que el portón de la bodega produce al cerrar. Como todos los días, su madre acaba de subir de la bodega con un tallagón de escobas para encender el fuego, un manojo de vides para avivarlo y, para borrajo, un caldero de tocorros.
Tras asearse, sube a la cocina. Sentado en el escaño y con ambas manos en la corva del bastón, su abuelo Santiago ocupa ya su lugar, expectante. Su madre está prepara el fuego. Troceado el ramo de escobas y colocado el manojo en el hogar, alcanza el fuelle colgado en la pared de la chimenea y comienza a soplar. Los tizones cubiertos con ceniza desde la noche anterior, en la piedra del hogar reclinados, parecen apagados, dormidos, esperando.
El viento que sale por el caño del fuelle busca en el rescoldo una brasa que avivar. La badana gime por los costados y la lengüeta de madera traquetea sobre la madera de la tabla inferior. Las pequeñas brasas insufladas de hálito vital, oxidadas, en un último estertor, emiten su luz entre rojiza y violácea y mueren en cenizas. El caño rebusca un punto de calor en el ennegrecido extremo del tizón de la potra de olivo y, cuando lo halla en la oscura carbonilla, lo agranda sin prisa, sin pausa, en círculos concéntricos. El caño sopla persistente y su cálido chorro consigue arrancar, pedernal sobre acero, la chispa que prende en la yesca de la rama seca de escoba. De cada brizna de rama muerta brota una pequeña llama que, antes de volverse pabilo estéril, da su llama y calor a la vecina que, a su vez, prende en la siguiente y, así, todas empapan de vida los sarmientos de vid del manojo. Al arder frenéticos, despiertan de su letargo el chisporroteo de los tocorros, que llena el aire de la cocina con rutilantes estrellitas rojas de cobrizas estelas y de fuegos de San Telmo los granos de cal que sobresalen en las paredes y que la brocha de piñerina no alisó al encalar.
 Vuelve a tener llama  y brasas el hogar. El caldero colgado de las llares con las berzas para el cerdo hierve. Colocadas las tenazas y trébedes a derecha e izquierda del fuego, mi madre sitúa en el centro el pote con garbanzos puestos en remojo de agua y sal, trozos de hueso sustanciero de pernil de cerdo y un romo chorizo. Mientras restituye el fuelle al clavo de la chimenea, escucho el redoble sencillo de un bando que anuncia venta de sardinas, pulpo y raya. Su madre le ordena:
- Después del desayuno, llevas al abuelo al barbero a que le afeite y corte el pelo.
- Abuelo, cuéntame un cuento, de héroes, le ruega sentado muy cerca, a su lado.
- Bueno, ya te lo contaré.
- Basta de cuentos y deja en paz a tu abuelo. Cumple tu tarea, que a gente ociosa, el diablo tienta.
Pasó el sobresalto y con el alba comienza un nuevo día, el primero de vacaciones. Terminó la noche cuajada de pesadillas entrecortadas, de sonoras trompetas vibrantes que anuncian duelos, de broncos tambores señalando el comienzo de carreras en cuadriga, cantos de Nerón en su lira desafinada, bando de un circo de saltimbanquis con cabra y chupaligas y de chirridos agudos del carro de la Maruja.

Está deseando escuchar la historia que su abuelo Santiago le prometió. Mientras desayuna, le viene a las mientes la tarde de ayer, precursora de los sueños de anoche. El coche de línea de Zamora a Fermoselle es pesado, tiene paradas en todas las ventas, apeaderos y pueblos del trayecto. Cuando, dos largas horas después de subir en él y sesenta kilómetros y pico de baches sufridos, llegó, por fin, a su pueblo, era de noche. Noche oscura con viento helado de afilado cuchillo para la cara y piedra de esmeril para las manos. Pocas personas, ateridas, esperan en la parada a los escasos viajeros. Reconoce que es tardo para escribir cartas o mensajes y sus padres no tenían noticia del día exacto de su llegada a las fiestas de Navidad. Así que nadie le espera.
La que sí está, como todos lo días, a la ida y retorno del autobús, caigan chuzos o centellas, impertérrita, es la familia de El Marujo, la Tomasa y sus dos hijos Paco y Rita, a la que un malicioso desconocido bautizó como Carretillo. Con su carro de mano portean maletas de las personas que se lo requieren y fardos para los comercios. Le reconocen y saludan amables pues son vecinos del barrio.
Según su madre, Paco nació así: con los remos del lado derecho secos. Recuerdos de niño asocian a un Paco que viene de la tienda, calle abajo, trayendo una lata de sardinas que su mano buena sujeta al cuerpo, la otra doblada en z por codo y muñeca y cojeando. A Rita, guapa ella,  poblando su cara aureolas sonrojadas de los fríos y moratones de guantazos. A la madre, la Tomasa, con media cuartilla de vino arropada en el mandil y al padre, oliendo a aguardiente, empujando al carro grande cuando la carga es pesada o sirviendo su espalda de galga en cuestas abajo. Aún no es el tiempo en que el  Choto les haga competencia.
Rápidamente avían la carga y se empeñan en llevarle su pequeña maleta. Va tras ellos Fontanicas adelante. El pueblo parece vacío. Los postigos de las puertas de las casas están cerrados, las calles desiertas y alumbradas aquí y allá por la amarillenta luz tenue de una que otra bombilla espetada en lo alto de esta o aquella pared. Entre luces y sombras rasgadas por silencios, Paco, sujetos a los hierros firmes de ambos lados del eje de la rueda los ganchos finales de una raída cuerda en y griega, que termina en lazo, comienza su particular y diario ceremonial del vía crucis. Mete la mano seca en el lazo de soga, lo sube hasta el sobaco, lo abre, se retuerce, mete la cabeza en él, la baja y su mano izquierda y toda su alma tiran del cabo deshilachado. Inclinado hacia delante, sin humillar la frente, tensa en arco su ánima, y, en paso de viernes santo, restralla con fuerza en el suelo el látigo de la zapatilla de su pié izquierdo y arrastra tras sí la del derecho. Caminando contra la ruta de la flecha alada del crudo cierzo, abre la marcha y marca el ritmo a golpes de respiro vaporoso, con arrastres, en silencio. Resopla a su flequillo. Chirría el eje de la rueda, sin gota de grasa. Rita, su hermana, en varas,  sostiene, equilibra y empuja. Detrás, la madre, Tomasa, arrastra el carro de dos ruedas y solo eje, vacío de equipaje y relleno en esperanzas. El padre, máquina lenta de tren a convoy delantero, soga al hombro, les sigue callado, lía un cigarro y otro y su boca, botafumeiro a mirra,  derrama humo y más humo, a tragantones, lentamente, sin pausa. Bien pueden con esos pocos bultos, le dice al pasar bajo un punto de luz. Su cara está amoratada, sus entornados ojos, ausentes, en abandono y paciencia en el rictus de sus labios. Entre luces opacas, harapos de sombras y sostenidos silencios, deambula una estampa mate al claroscuro, un bajorrelieve funerario viviente, un aguafuerte con espectros fantasmales no etéreo sino a ras del mismo del suelo, un cuadro de caminantes andariegos sin camino, un cotidiano recorrer la vida real sin senda clara de salida, monótono, patético.
Pasadas las Fontanicas, enfilan el Terradillo. Entregan bacalao en salazón en casa de la Viobacha; en el comercio del Miranda, cribas y tijeras; y en el del Rufo, un  fardo de tejidos con camisas y telas. Cruzan El Arco, dejan en la Bolla un saco de azúcar, bajan por la calle Arriba y, llegando a la Plazuelica del costado de la Iglesia, le dan su maleta, les despide y va a casa, en la Tellerinas, junto a la solana del corralino. Continúan su caminar hasta recalar en las dos últimas estaciones: la pescadería de Tronito, con una caja de sardinas y otra de berdeles, y la tienda del señor Esteban, con chicharro en escabeche, de tonel. A real por estación, una pesetas y dos reales. Para unas raspas de raya, pan y vino, y sobra, pues con sólo pan y buen vino se anda el camino.